Etruria

La Toscana es una región de Italia bañada de olivos y ciudades amuralladas, fértiles colinas, ríos y lagos. Para intentar una descripción sucinta de la zona podría decir –tomando prestada la expresión– que no he visto nada similar a la Toscana en nuestro mundo. Es lo que un afamado crítico norteamericano1 exclamó con respecto a Siena pero yo de un plumazo lo hago extensivo a la Toscana  toda, de la que Siena, Florencia, San Giminiano –estas ciudades medievales fabulosamente íntegras y vivas–  forman parte.

En esta región, y hace cuatro siglos, los italianos fueron descubriendo los vestigios de una antigua civilización. Se admiraron ante la fuerza de las esculturas en bronce y piedra, y la belleza de las piezas en cerámica que no eran romanas, por cierto, y tampoco griegas. Porque, bueno, ¿qué no se suponía que la civilización occidental había empezado con los griegos y los romanos? Entonces los historiadores desempolvaron los libros de los cronistas clásicos en busca de luz sobre los antiguos habitantes de la Toscana que –como otros muchos en la historia– fueron despojados y tratados con indolencia. Y ocurrió que, tras siglos de silencio, se volvió a mencionar a un pueblo que había empezado a formar ciudades con unicidad de idioma, de religión y de estilos artísticos, sembrando las colinas y valles con variedad de granos, vid y olivo ¡23 siglos antes! 

Pero el descubrimiento de la primera civilización de Italia quedó envuelto en una especie de velo. No era que no hubiese interés. La “etruscología” avanzaba pero no lograba dilucidar los orígenes y el ocaso de la cultura etrusca. Así, se cultivó el “misterio” que permitió a los romanos contar su propia leyenda. Para ellos –y así todavía lo consignan las enciclopedias– su ciudad la fundó Rómulo y no un rey etrusco, de nombre Tarquinio. 

Con el siglo XIX se inicia un periodo decisivo en la historia de la arqueología pero es realmente hasta ahora, en los albores del siglo XXI, cuando se sabe con certeza que los etruscos crearon en suelo italiano el primer gran imperio con ciudades planificadas, artes, artesanías e industria y gran comercio.  Se sabe también –aunque falta consenso– que no vinieron de otro lado sino que el pueblo etrusco surge de la llamada cultura de Villanova que se desarrolla en la Toscana y en otros sitios de Italia en los siglos VIII y IX antes de nuestra era.

Una muestra representativa del legado de aquellos hombres y mujeres de profunda espiritualidad se presentó en el Museo de Antropología de la Ciudad de México durante los últimos tres meses del año 1999. Se expusieron más de 400 piezas procedentes de distintos museos arqueológicos de Italia en esta magna exposición, bajo el título “Los etruscos: el misterio revelado” con una calidad museográfica fuera de serie. Que yo sepa, es además la primera ocasión en que podemos apreciar el arte etrusco en un museo mexicano. 

Quien visitó la muestra, se encontró con un arte que se caracteriza por la libertad de sus formas y por sus esculturas en bronce. Y, como mexicanos, sin duda que llama la atención descubrir las vasijas lustrosas y negras, de enorme similitud con nuestra cerámica de Oaxaca, y que resultan típicamente etruscas. Tanto así, que constituían una gran industria de exportación.   

Lo más asombroso y atractivo para mí son las piezas de influencia oriental presentadas, para nuestro goce, en la magna exposición. Forman parte de una tradición artística –arte “orientalizante”– presente en el Mediterráneo de la época y que se caracteriza por la recuperación de las técnicas y motivos decorativos de los egipcios, asirios y sirios.

Sin duda, los etruscos  fueron muy influenciados por sus vecinos griegos –que fueron sus clientes– pero es importante destacar, como señala la guía de la exposición2, que:

“para comprender y amar a ese pueblo toscano es necesario renunciar a medirlo con un pensamiento que no sea el suyo propio: debemos evitar compararlo con Grecia por la ausencia de lo que a ésta caracterizó: su filosofía, su literatura, su teatro.”

Conocer vestigios de la primera civilización de Italia ha sido, para mí, alucinante. Y también, claro, me ha sorprendido la posición de que gozaba la mujer en la sociedad etrusca. Para empezar, la equidad lograda no la compartían los pueblos vecinos pues en Etruria las mujeres  participaban en la vida pública, eran educadas, se sentaban junto a sus maridos en los banquetes, se vestían con prendas ligeras y brindaban.  Esta “liviandad” tenía escandalizado a más de un escritor griego.


Notas:

1) Berenson, Bernhard, cit en  Cesarini, Paolo, Siena, Storia, Arte, Tradizioni, Lombardi, Siena, 1987

2) “Andares” (Guía histórica, Etruria, siglos VII a I a.C.), Asesoría y Promoción Cultural, A.C., México,1999