Fundamentalismo caribeño

“Sol, espacio y árboles: los he reconocido como materiales fundamentales del urbanismo, portadores de las alegrías esenciales. Al afirmarlo, quise volver a poner al hombre, en sus ciudades, en el corazón mismo de su medio natural, de sus emociones fundamentales”. Le Corbusier (1935).

Entre otros atributos, admiro de Chetumal su malecón, su verdor, sus  vastas y variadas instalaciones culturales que luce orgullosa como ciudad capital que es del único territorio caribeño mexicano. Le admiro aquello que no existe en Cancún. En nuestro pueblo hay otros atractivos que lo han lanzado a la bien merecida fama, y que nos hacen quererlo bien pero que no impiden que aflore la añoranza por aquello que se pierde, o que pudo haber sido. Sólo para ilustrar esta idea y darle concreción menciono que, hace algunas lunas, la reserva del  Parque Kabah perdió, de la noche a la mañana —sigilosamente— más de veintisiete hectáreas. En los planos de la ciudad apenas fue perceptible el despojo, gracias a una propiedad de la geometría llamada «triángulos semejantes», que permite conservar la forma triangular pero encoger sus lados. Surgió pues un nuevo triángulo ––en los planos y en la realidad— con sesenta por ciento de la superficie de su homólogo, el triángulo semejante. Y lo que podría antojarse como un astuto movimiento, devino en todo lo contrario, en virtud de que la comunidad perdió para siempre el otro cuarenta por ciento del parque. Ello, en aras de la comercialización desmedida. 

Baste el antecedente para entender por qué los vecinos del arbolado Ombligo Verde nos vimos convertidos en guardianes solidarios de las apenas ocho hectáreas de selva que subsisten en el centro de Cancún, no lejos del Parque Kabah, convencidos que alguna autoridad visionaria comprendería al cabo de los años —al tomar nota del implacable avance de la devastación— que hay que compensar a la ciudad por la pérdida de veintisiete hectáreas de parque, ¿o no suena lógico?  Es así que el imaginario colectivo bautizó el predio con elocuente nombre y lo destinó a parque urbano, cuidando conservar su vegetación original. El mismo Plan de Desarrollo Urbano lo marca como predio de equipamiento, destinado a usos específicos de salud, recreación, cultura y espacios abiertos.

Ciudad Cancún: Al frente, la reserva ecológica municipal Ombligo Verde. Crédito de foto: Tulio Arroyo.

Con estos inequívocos destinos, y siendo propiedad de la colectividad, el Ombligo se tornó en objeto de múltiples propuestas como aquélla de transformar la antigua mina de piedra y de sascab que alberga, en una concha acústica, mientras que al resto del predio lo imaginaran dando cabida a un parque arqueológico al estilo “La Venta” de Villahermosa. A petición de los vecinos, el Colegio de Biólogos realizó diez años atrás un estudio a conciencia de la flora y fauna del sitio, al tiempo que recomendaba su conservación y sugería ideas para el parque. El Colegio de Arquitectos aportó bosquejos para edificaciones culturales de bajo impacto ecológico. Se empezó a hablar de una Galería de Arte Moderno y de un Museo de la Ciencia o, alternativamente, un Museo «Papalote».  Contemplamos el paisaje circundante con sembradío de esculturas de grandes creadores modernos.  

En respuesta a las peticiones de la comunidad, el Instituto Nacional de Ecología sugirió que esta área la decrete como parque urbano el Municipio. Lo lógico. El FONATUR —dueño original del predio— encargó a su Subdirección de Proyectos y Construcción en la ciudad de México, la elaboración de un proyecto integral con el afán de conservar este espacio verde para la comunidad y contar en el mismo con instalaciones culturales complementarias. La propuesta rebasó nuestras expectativas por su calidad, el conocimiento del sitio y la comprensión real de lo que se llama identidad y cultura. Era un proyecto “como Dios manda”: ochenta planos arquitectónicos hoy archivados dan cuenta de lo que aquí comento. 

Y, ¿qué pasó? Peor que nada. El ancien régime se encontraba por aquellos días aciagos a la caza de votos. Con su peculiar estilo, no oía, ni veía, de manera que tampoco le interesaba mirar el proyecto producto del querer ciudadano. Decidió que la comunidad toda era católica, en virtud de lo cual nada la haría más feliz que ver surgir una catedral en la zona más privilegiada del Ombligo Verde. Y en su peculiar razonamiento, aquella decisión salomónica tendría que rendir frutos con votos.

Los comicios no le dieron la razón. Sufrió el más espectacular desplome de votos pero ello, es de notarse, no movió a la reflexión, ni a la mencionada clase política en picada1 (que se vio más papista que el papa), ni a la alcaldesa. Aferradas a su criterio urbanístico, encapsulado en la frase “el Dador de Vida debe vivir en el mejor lugar” —que espetó el Director de Desarrollo Urbano—, las autoridades municipales siguieron adelante en su fundamentalismo, que decidió la suerte del Ombligo.

 Todos sabíamos que los Legionarios de Cristo no requerían de un terreno en virtud de que son propietarios de un gran predio —no arbolado— cercano al Ombligo Verde, que recibieron como regalo gracias a gestiones de un gobernador.  Con papeles en regla habían colocado en él la primera piedra, oficiado misas. En fin, todo iba viento en popa para que edificaran sobre el terreno que era suyo.

Pero la hoy exalcaldesa no cejó en su empeño. Si bien es claro que ella es libre —como todos— de ofrendar obsequios, debía ofrendar sólo lo propio, digamos su casa, o un predio de su propiedad, o una gasolinera de las que el pobre del pueblo opina que son suyas. Pero obsequiar un bien de propiedad pública a los Legionarios de Cristo no rima con las leyes terrenales vigentes. Además, sienta el precedente para que otras agrupaciones religiosas soliciten los mismos favores, como de hecho ha ocurrido. Es así que existen ciento veinte solicitudes en el Ayuntamiento por parte de otras iglesias que quieren su terrenito regalado en este municipio, que (para quien no viva por aquí le informo) lleva por nombre Benito Juárez. ¿Será que sobreviva su busto de piedra situado en la Plaza de la Reforma —cubierto de polvo y matratado a tanto cabildazo—, o será que lo suplante la figura de un santo recién canonizado? 

Y una no puede dejar de preguntarse por qué la ciudad capital  no es el sitio donde la iglesia católica decidiera erigir su catedral. Bien les podría haber dado ese gusto a los avecindados de Chetumal, y evitado el disgusto a los vecinos del Ombligo Verde. Porque en Cancún, si bien nadie se opone a la construcción en sí de una catedral, a muy pocos halaga que escogieran edificarla justo en el último reducto de vegetación natural que sobrevive en el centro de la ciudad, ahuyentando a las aves y suplantando los árboles por concreto y devastación.  

El episodio actual que vivimos es que a la  violencia ejercida contra un proyecto urbanísticamente sano —el de parque urbano—, ahora se suma que los párrocos quieren hacer notoria su presencia en el terreno mediante los tercos altavoces. Es así que los vecinos nos vemos participando todos los días del servicio religioso dentro de nuestras casas, sin importar si profesamos la fe católica, alguna otra o ninguna. Siendo muy pocos los feligreses que se presentan a diario al sitio, amplían la concurrencia sin cuerpo presente. A lo anterior, agregue la molestia que causan los vendedores ambulantes y los mismos feligreses que en día domingo acuden a las misas al aire libre, dejando su vehículo frente e incluso dentro de las cocheras de los vecinos. Encima, el ruido de la maquinaria pesada ocupada en armar una mole de cemento. Y eso que no han iniciado las procesiones.

En el siglo pasado, los ciudadanos veían como cosa normal que de la noche a la mañana les cambiaran su entorno. Nadie opinaba si su calle arbolada y tranquila debía convertirse o no en eje vial, si era bienvenida una gasolinera junto a otra, ni existían controversias sobre segundos pisos o aeropuertos, sobre ventas de playas públicas. Si nosotros emprendimos la batalla legal por defender este espacio verde ubicado en el ombligo de la ciudad es porque existen los derechos ciudadanos. También los derechos de quienes sueñan con un mundo mejor.

Al igual que unas ciudadanas neoyorquinas soñaron con reservar un mítico parque de rocas graníticas y de árboles, de cuatro millones y medio de metros cuadrados en el corazón de Manhattan, así en Cancún y guardadas las proporciones, vimos al Ombligo Verde como una joya a futuro. En Nueva York encontraron el eco de autoridades sensibles y visionarias2. Aquí, de años atrás y conforme al Plan de Desarrollo Urbano,  propusimos que este espacio podría devenir en una zona de esparcimiento y aprendizaje para los jóvenes que —en esta novel ciudad— carecen de un sitio pensado para ellos. Ocurre también que los adultos, que migramos a Cancún admirados por sus bellezas naturales, buscamos alternativas acordes con el paisaje, con el que pudo haber sido. ¿No es válido contar con escuchar conciertos de música clásica, o acaso salsa, y caminar por senderos arbolados sembrados con una que otra escultura, o simplemente sentarse a leer una novela a la sombra de zapotes y ramones? Y los  niños, ¿no merecen opciones que ayuden a construir nuestra propia identidad caribeña?

No se vale, a cambio, escuchar el rosario en la recámara.


Notas:

1) Nótense los desvaríos del ansíen régime. Cuando teme que el gobierno del cambio le va a ganar la partida, se acoge como tablita de salvación a la característica única que le resta votos a la promesa de cambio (la mochez).  La clase política en picada no supo discernir y se acogió a lo criticable, enterrando al Benemérito y viéndose más papista que el papa. ¿Así piensa recuperar el trono?

2) El Central Park de Nueva York . Al respecto, cito a Le Corbusier: “Rodean al parque hermosas construcciones, apartment-houses en altos bloques o en rascacielos, con todas las ventanas abiertas sobre un espacio tan inesperado: ubicación mágica y única en la ciudad sin árboles. Si calculo el precio del valioso terreno del Central Park en 5,000 francos o en 10,000 francos el metro cuadrado, el valor venal acumulado en estos peñascos graníticos es de 25 a 45 mil millones de francos franceses. Mantener intangible este tesoro inmenso en el centro de Manhattan es, según creo, una actitud cívica eminente, una actitud extraordinaria: signo de una sociedad fuerte.” Fuente: Le Corbusier, Cuando las catedrales eran blancas. Ed. Poseidón, Buenos Aires, 3ª. Ed. 1963, pp.104-105 (versión castellana de Julio E. Payró).