Sebastián: Ave de tempestades

Hay su diferencia entre un corredor escultórico que se ha integrado con obra de artistas que donaron su trabajo, y una obra del artista que requiere 100 millones del erario, a los que (se dijo fácil) se sumarían otros doscientos de inversión privada. De manera que no es difícil entender que, con el correr de los meses (mismos en que la inversión privada no da color), la megaescultura de los 300 millones de pesos dejara de ser motivo de polémica para pasar a ser objeto del franco rechazo. Para la comunidad de Chetumal  hoy día, la obra de Sebastián es símbolo de dispendio y de escasa transparencia financiera. A las personas (que entrevisté a mi paso) incluso enoja hablar del tema.

Corredor escultórico de Chetumal (2005). Artistas varios.

Cuando visité la ciudad de Colima en el año 2001, quedé prendida de su encanto.  Entre otros atractivos, llamaron mi atención varias esculturas urbanas de artistas plásticos con trayectoria que mis anfitriones me mostraron orgullosos la misma noche de mi llegada.  Ya después se completaría el cuadro al constatar que, aún siendo bastante pequeña, se trata de una verdadera ciudad, con grandes parques e instalaciones culturales y educativas que transmiten el mensaje de que aquí el arte y la cultura importan. Qué maravilla, dije y pensé en el gran contraste con Cancún, mi ciudad, donde todo aquello brilla por su ausencia. 

 De manera que, ya en su momento, indagamos con los autores de las esculturas qué tanto les preocupaba la corrosión y, sobre este asunto de la vida de las piezas, cada uno dijo algo distinto. Para el español Moncho Amigo, a las cosas hay que dejarlas morir con tranquilidad. Por eso no usa anticorrosivos (aunque nótese que fue Moncho el único en incluir en su pieza un segmento de acero inoxidable). Para el norteamericano Devin Laurence Field, es importante que la obra perdure porque es una representación de nuestro momento. Por eso él, en Estados Unidos, utiliza una aleación de cobre, níquel y molibdeno (que se denomina acero corten). Es una aleación que no permite pintura. Se deja al natural porque el óxido no penetra mientras en la superficie se forma una capa de color marrón que protege a la escultura. Así, la vista es de óxido pero la escultura perdura. 

Pero esa aleación que refiere Devin es bastante costosa y en México, quizás por eso, no se utiliza. De manera que en el caso de Punta Sur todos los artistas trabajaron con placas de hierro dulce, que cortaron y soldaron para posteriormente pintarlas, y dar vida a un jardín de esculturas de múltiples colores. Hoy, a juzgar por el estado desigual que guardan las piezas, es evidente que algunos escultores aplicaron anticorrosivos, otros confiaron en que las piezas serían repintadas con regularidad. O, con resignación, se unieron a la sentencia de Moncho Amigo de que a las cosas hay que dejarlas morir con tranquilidad. Sin embargo, es penoso e inadmisible que la sentencia se aplique a obra de artistas famosos, obra que, además, forma parte importante de nuestro patrimonio.   

Espacio escultórico Punta Sur (2005)

Algunos meses más tarde me llenó de alegría el espíritu conocer que se llevaría a cabo en nuestro estado el Primer Encuentro Internacional de Escultura Punta Sur Isla Mujeres 2001. Si bien muchas esculturas llegaron a la Isla ya concluidas, para sólo pintarse y colocarse en su sitio, tuvimos la oportunidad de observar, durante un mes y con deleite, a varios artistas de distintos países trabajar in situ en sus piezas, mismas que quedaron integradas a las veintitrés que forman el Parque Escultórico de Punta Sur. Pero en Quintana Roo, al parecer, nos hace falta ese orgullo de los colimenses porque las esculturas, de cara al mar y expuestas de lleno a la corrosión, no reciben (el indispensable) mantenimiento. Y hay que recordar que todas estas piezas son de hierro dulce.

Una suerte bastante distinta corre el otro proyecto del artista chihuahuense Enrique Carvajal, mejor conocido como Sebastián. Sebastián es un reconocido artista, internacionalmente hablando y es, por cierto, el autor de todas las afortunadas iniciativas mencionadas en este texto, incluida la de Colima.  Además, como discípulo que es del grandioso escultor Mathias Goeritz, tomó de él la estupenda idea de los espacios y de las rutas escultóricas. Sin embargo, Sebastián no queda contento con haber contribuido a legarnos este patrimonio artístico en Chetumal y en Isla. 

Hay, en este artista, un hombre de espíritu empresarial dotado para las relaciones públicas. Lo digo porque su presencia (comparada con la de otros escultores y escultoras) es avasalladora en varias capitales de nuestra república. No sólo se ha vuelto famoso, sino que ha logrado erigirse como el único en México capaz de generar movimientos de escultura urbana. Es que Sebastián tiene además buena estrella para negociar con gobernantes del partido político que sea.  De manera que busca y logra conseguir en Quintana Roo, como antes en Jalisco, un proyecto descomunal para una obra suya que lo coloca (de nuevo, como en otras entidades) en el ojo del huracán. De ahí el título que robé a Javier Chávez, un periodista de la capital del estado, ya que ahora es la comunidad de Chetumal quien cuestiona las millonarias erogaciones que supone un proyecto que no considera prioritario. Y del cuestionamiento pasa al rechazo.

Mientras tanto, también en la capital de Quintana Roo, ubicada en la bahía, se han incorporado al paisaje esculturas de hierro dulce pintadas con vivos colores que dan realce al, de por sí espléndido malecón, y se han repartido también por otras avenidas de la ciudad. Como resultado del Encuentro Internacional de Escultura Chetumal 2003, en que participaron veinticuatro escultores de cuatro continentes, se integró el Corredor Escultórico Chactemal. Y también se realizó el Quinto Concurso Nacional de Escultura Sebastián Chetumal 2003, que significó la instalación de cuatro esculturas adicionales de gran formato para la capital del estado. Independientemente de la pregunta que una se hace acerca de la corta vida que puedan enfrentar, el caso es que, inmortales o no, las esculturas viven hoy en Chetumal para agasajo de todos quienes disfrutan del arte. Y quiero apostarle a que en Chetumal, una ciudad colmada de instalaciones e instituciones culturales, sí exista algún apego al patrimonio artístico y se le cuide (pero de ya, porque la corrosión es implacable y comienza a hacer de las suyas). Pienso además que estas esculturas, en las que se invirtieron en total escasos seis millones de pesos, resultaron muy baratas y gustan a sus habitantes.

Es notorio que, para empezar, hubo un error de procedimiento. Pienso que el arte público, como parte esencial que es de nuestro patrimonio nacional, también implica el derecho de los ciudadanos de vetar o no la colocación de una obra monumental, ya que además de que les cuesta, pasará a formar parte permanente del paisaje. Desde luego, esto implica enamorar con la idea y, para ello, es poco menos que indispensable presentar la propuesta a la comunidad, y esperar la retroalimentación. Para el proyecto de la megaescultura hicieron, sí, una presentación en Chetumal, pero limitada a los funcionarios. A la comunidad la dejaron chiflando en la loma. 

 La polémica no se hizo esperar. A los ambientalistas no les gustó ni tantito que se decidiera construir un islote en un espacio protegido, que es santuario del manatí. En cuanto al valor estético de la obra arquitectónica, prevalece la opinión que no es (por decirlo diplomáticamente) de los mejores trabajos de Sebastián, cuyas creaciones, ciertamente, son un tanto disparejas. Pero lo más perturbador fue, sin duda, el costo.

Es que, vamos, hay su diferencia entre un corredor escultórico que se ha integrado con obra de artistas que donaron su trabajo, y una obra del artista que requiere 100 millones del erario, a los que (se dijo fácil) se sumarían otros doscientos de inversión privada. De manera que no es difícil entender que, con el correr de los meses (mismos en que la inversión privada no da color), la megaescultura de los 300 millones de pesos dejara de ser motivo de polémica para pasar a ser objeto del franco rechazo. Para la comunidad de Chetumal  hoy día, la obra de Sebastián es símbolo de dispendio y de escasa transparencia financiera. A las personas (que entrevisté a mi paso) incluso enoja hablar del  tema.  

Megaescultura de Sebastián en construcción (2005). Bahía de Chetumal.

Tal y como se desprende de la maqueta, se trata de una escultura que es un edificio, o, por lo pronto(?), de una escultura hueca que está próxima a ser instalada en la bahía. La escultura, digamos el cascarón del “Monumento al Mestizaje”, se está produciendo en los talleres de Sebastián en la Ciudad de México y se traerá a Chetumal listo para su colocación. Eso me dicen. Para el cascarón, junto con el islote que se ha construido dentro de la bahía, el puente de 150 metros de largo que comunica con él, y la estructura que hoy se aprecia sobre el islote, el gobierno dispuso invertir 100 millones de pesos. El resto, calculado en 180 a 200 millones, necesarios para los interiores del edificio que medirá casi 60 metros de altura, será presuntamente inversión privada (¿cuál?). 

Los espacios del proyecto arquitectónico están distribuidos en seis niveles, donde presuntamente se contará con locales comerciales, salón de usos múltiples, sala de conferencias, planetario, mirador, área de restaurantes, cafetería, servicios sanitarios y un acuario. También está proyectado un sistema de tres elevadores con capacidad para ocho personas cada uno. Dos elevadores para dar servicio del primero al cuarto niveles y uno del cuarto al quinto.

Tal y como se ven las cosas, con los 100 millones del erario parece ser que se contará con el cascarón del Monumento al Mestizaje Mexicano que, en palabras de su autor, “refleja las raíces de nuestra cultura mestiza, simbolizada con dos planos cruzados que dan origen a la escultura. Se trata de la «X» de México; la unión de grupos étnicos y sendas cosmogonías. En su base y a los costados, a consecuencia del juego de los planos con la luz, se proyecta la cabeza del jaguar, mientras que en el otro extremo se encuentra la cruz parlante, claros símbolos de la rebelión indígena maya. Sus tres niveles aluden a la cosmovisión maya: inframundo, vida terrenal y espacio celeste”.

Sin embargo, dicen sus promotores, el aporte más importante de la megaescultura será “su capacidad de fortalecer la rentabilidad de Chetumal como destino turístico cultural, al dotar a la ciudad de un icono que permita difundir su imagen a nivel internacional como la Torre Eiffel, en París; la Estatua de la Libertad, en Nueva York; el Cristo del Corcovado, en Río de Janeiro o, dentro de la arquitectura escultórica, las Torres Petronas de Kuala Lumpur, en Malasia.” 

En cuanto a la Statue of Liberty, ignoro si los neoyorquinos en su momento la habrán encontrado tan atractiva pero fue, eso si, un regalo del pueblo de Francia, que aceptaron gustosos.  

Guardadas las proporciones, cierto es que el Monumento al Mestizaje Mexicano tiene un paralelismo (cuando menos uno) con la Tour Eiffel, y éste radica en que también ella fue motivo de tremenda polémica. Los habitantes de París, en sus inicios, de plano no la querían, tanto por su moderno lenguaje plástico como porque rompía con el paisaje, e incluso temían que se les cayera encima. Pero la obra demostró una calidad por encima de toda sospecha y, por supuesto, es merecedora del más cuidadoso mantenimiento, incluidas las sesenta toneladas de pintura que (sin falta) se aplican con 1,500 brochas cada tantos años para evitar la corrosión.  Y eso que no mira al mar.