Víctor Fosado no se olvida

A Víctor, lo primero, le agradezco su amistad. También su espíritu guerrero que lo mantuvo entre nosotros siempre radiante a pesar de la naturaleza implacable de su enfermedad. ¿Acaso no es simbólico que, como otros guerreros, muriera en un día 2 de octubre?

En el hospital, su semblante no era ni un pálido reflejo de sus dolencias. Su rostro impresionaba como si perteneciera a otro cuerpo, del todo sano. La última vez que lo vi, parecía recién llegado de la playa donde acaso habría sorbido un jugo de coco bajo las palmeras. Radiante. Es lógico que así fuera porque su rostro era reflejo de su serenidad interior. Amó la vida y la peleó. Ahora ya podía estar tranquilo y de lo más contento consigo mismo por haber creado de manera incansable: sortijas voladoras, música, esculturas, piezas de rescate de nuestra cultura popular(como el teponaxtle y el árbol de la vida, entre otras), un matrimonio largo y bien avenido, y una encantadora descendencia. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? 

Los homenajes póstumos no me hacen feliz. Por ello me congratulo que, durante el último año de vida de Víctor, se llevaran a cabo tres importantes exposiciones de su obra en distintas partes de la geografía nacional. La primera (inspiradora de las siguientes) se montó en el Museo Franz Meyer en agosto de 2001. Con museografía de Alfonso Soto Soria y curada por Ester Echeverría, la muestra incluía más de doscientas piezas provenientes de coleccionistas privados.

Víctor Fosado en el café Las Musas

El maestro no pudo estar presente en dicha inauguración porque su salud le hizo una mala jugada. Estuvieron sus hijas, y sus hijos, entre una multitud verdaderamente impresionante de admiradoras, admiradores y coleccionistas de piezas de Fosado que hay en la Ciudad de México. La emotividad estaba a flor de piel cuando desde el recinto nos enlazamos con Víctor por vía cibernética. Su rostro en la pantalla, enviando saludos a sus múltiples amistades que había cosechado durante sus años de trabajo y juventud en las calles del primer cuadro. Quién no iba a recordar sus tocadas en el bar “las Musas”, quién no habría comprado alguna vez una cruz de Yalalag, una calavera, un árbol de la vida, un seleccionadísimo huipil, en fin, una pieza de arte popular en la tienda de Filomeno Mata. Caray, yo ahí lo conocí cuando era niña. Como me ocurría en ese instante en el hermoso recinto del Museo Franz Meyer, los recuerdos fluían como un alud en tantas personas ahí presentes que, auxiliadas por la tecnología moderna, reían con él.

Al respecto de la exposición, escribí entonces: “Pienso que no pocos cancunenses  conocen las ‘esculturas portantes’ (como las llama su creador) o ‘sortijas voladoras’ (como las nombra Monsiváis) de Víctor porque las han visto brillar en amistades o en personajes de la vida social. Pero verlas reunidas en un espacio museográfico es un verdadero agasajo dado que nos permite apreciarlas con todo detenimiento y se descubren entonces la precisión y la singularidad de cada pieza, más allá de su belleza que hechiza. Es que, como escribe Ester Echeverría en el catálogo de la exposición, ‘Víctor (…),el orfebre extraordinario, es un mago capaz de convertir un guijarro en una piedra preciosa, y a las piedras preciosas en poesía’.

Sortija voladora de la autoría de Víctor Fosado

     La retrospectiva nos guía a través de las diversas épocas que, como hacedor de sortijas, ha vivido el artista. Se descubre que tuvo una etapa romántica y de art deco. Hay piezas muy barrocas, las hay de rescate de diseños del arte popular mexicano, y varias inspiradas muy claramente en el arte prehispánico. Las de tiempos más recientes se ubican en la corriente surrealista. Hay anillos, pendientes, aretes, broches, arracadas, collares, gargantillas, forjados primordialmente en plata con incrustaciones de los más diversos objetos y piedras.

     De su creador se pueden decir tantas cosas. Vive sus pasiones de orfebre, de actor, de músico, de etnógrafo, de estar vivo; pasiones que en cada pieza ‘se reflejan en la combinación más sabia, rigurosa y sorpresiva de las formas’, como lo describe Monsiváis. Lo que es claro es que Víctor es un verdadero y auténtico creador de piezas únicas, fácilmente identificables pero difícilmente explicables. Por eso Monsiváis continúa su texto del catálogo con las siguientes palabras: ‘los suyos son anillos como pasadizos, broches como fortalezas medievales, collares como visiones de la serpiente: el caudal de metáforas es asunto exigible porque Víctor ha planeado sus objetos con entusiasmo lírico, con amor de alquimista y precisión de orfebre’.”

En febrero de 2002, el Museo Arqueológico de Cancún que atinadamente dirige Karina Romero, fue la sede del siguiente homenaje. El maestro Soto Soria montó con extraordinario amor y el talento de suyo, la gran mayoría de las piezas que se habían expuesto en el Museo Franz Meyer pero añadiendo esculturas, objetos musicales del maestro e, incluso, su mesa e instrumentos de trabajo de joyería, que permitían al público apreciar que Víctor utilizaba, para crear sus esculturas portantes, los métodos antiguos que de muy joven había aprendido en el taller de su padre. El evento de inauguración fue un festejo en toda la extensión de la palabra, deliciosos bocadillos incluidos, música y bebidas. Como había ocurrido en la Ciudad de México, estuvo abarrotado de admiradoras y admiradores, y de seguro también de cancunenses que antes no habían tenido contacto con las creaciones de Fosado. 

Parte del acervo de esta exposición viajó a Taxco en la primavera de 2002 para ser expuesta en el Museo William Spratling. Con motivo de la inauguración, fue Víctor quien le hizo una jugada a su enfermedad, movilizándose para estar presente en el acto. 

Por eso lo digo, bien por estos tan merecidos homenajes. Bien, porque en el Museo Arqueológico de Cancún admiramos la poesía de las piezas, magistralmente montadas, mientras nos fue dado reir y gozar con el querido amigo, a quien le quedó meridianamente claro que lo admiramos y que no lo olvidaremos.

Hoy, descansa en paz.