Casa Cetto y Casa O’Gorman: Los jardines que crearon ellas

Casa Cetto. Una de las escaleras de acceso en la fachada poniente (1950). Foto del Archivo Max Cetto, UAM-Azc.
Casa O’Gorman (1952) Imagen del archivo personal de Max Cetto en la UAM-Azc.

Referirse a estas dos moradas maravillosas, implica verlas, aún si es mediante unas fotos. Enseguida se percibe que en esta interpretación del jardín y del espacio abierto, se conjuga otra forma de ver y hacer arquitectura, enfatizada por el uso de materiales de la región, lo que involucra a las especies vegetales para el jardín, sin dejar a un lado la funcionalidad de la edificación. La casa es una variable más del jardín, y el jardín es una variable más de la casa.

Así que implica también explayarse sobre sus jardines, máxime que en toda la literatura que existe sobre las casas Cetto (Agua 130) y O’Gorman (Av. San Jerónimo 162), escasa es la alusión a las creadoras de sus jardines. Por ejemplo, si leemos sobre la Casa O’Gorman —y lo digo con todo el debido respeto hacia los investigadores y especialistas— el jardín se le atribuye a mi padrino Juan. 

No es una crítica a botepronto. Evidentemente, quiero dejar un testimonio con ilustraciones y recuerdos, sin omitir decir que cualquier lector medianamente avispado que revise la biografía de Helen1, caerá en cuenta que el jardín de cactáceas, suculentas y orquídeas de San Jerónimo 162, fue realmente su creación.

Las macetas de Helen en la terraza de la Casa O’Gorman (1958). Archivo personal de Max Cetto en la UAM-Azc.
Helen Fowler en su estudio de Av. San Jerónimo 162, dibujando las acuarelas que se publicarían en su libro Mexican Flowering Trees and Plants (1961) . Foto proporcionada por Adriana Sandoval.

Interesante es también que su diseño de jardín siguió una lógica y una estética distintas que el de Catarina Kramis, en Agua 130.

Catarina haciendo jardinería. Fachada poniente, Casa Cetto (1950). Foto del Archivo Max Cetto, UAM-Azc.

Ambas compartían su pasión por las plantas. Catarina2 también, indudablemente, era una artista quien, al encontrarse ante el reto de diseñar y desarrollar el jardín de la primera casa que se edificaba en los agrestes terrenos del Pedregal de San Ángel, dio rienda suelta a su creatividad y placer estético. En total armonía con la edificación de Cetto quien, al igual que Juan, llevó al plano real las teorías de Wright y realizó arquitectura local, en el sentido de aprovechar las condiciones del medio natural, el paisaje, los materiales y la configuración del lugar donde se proyectó.

Casa Cetto. Fachada poniente (1960). Foto del Archivo Max Cetto, UAM-Azc.

El jardín de Catarina en la calle Agua 130, que afortunadamente sí se conserva y se cuida con el cariño que merece, no se diseñó exclusivamente con flora endémica. Tiene sí, su zona de cactáceas, la de orquídeas, múltiples suculentas, su palo loco y tigridias pero también es un registro del espíritu viajero de su creadora. Cuando mucho se acostumbraba pueblear en nuestro México, de cada viaje Catarina volvía con esquejes. Y así, cuando viajaba a su natal Europa, se las ingeniaba para traer consigo “piecitos” y semillas para el jardín. De manera que, el resultado es una especie de “jardín botánico de los cinco continentes”, o así lo calificó un gran amigo del Jardín Botánico de la UNAM3.

Casa Cetto. Fachada poniente. Foto del Archivo Max Cetto, UAM-Azc.

Mi madre se inspiraba en el arte de hacer jardines de Luis Barragán, en este sentido: las plantas las disponía logrando con su floración manchones de un mismo color. Es decir, las combinaba no tanto en función de la especie como del colorido.

Les prodigaba cariño, sapiencia, dedicación. Recuerdo que checaba la acidez y alcalinidad del suelo atendiendo a los requerimientos de las plantas. Así con el riego, sabía qué especies lo requerían en abundancia y era habitual encontrarla manguera en mano, o con la palita. Llegaban volquetes completos de tierra negra, se preparaba tierra de hoja y, por supuesto, en casa se ha hecho composta desde siempre.

También cabe aclarar que, al contrario del jardín de Helen, en el de Catarina sí hay zona de pasto, necesario y muy disfrutable espacio para las creaturas. Es digamos, el mínimo de césped necesario en el ambiente rocoso que, por cierto, se respetó íntegramente. No se voló o dinamitó lava alguna en Agua 130.

El Pedregal, un poco de historia.

La historia del Pedregal inicia cuando, hacia el año 300 a.C., en la sierra del Ajusco hizo erupción el volcán Xitle. La lava corrió por diversas fracturas y se extendió sobre un área de aprox. 80 km desde la cima del ahora inactivo volcán a 3100 msnm hasta las faldas de la sierra. Con el paso del tiempo las cenizas se disiparon, la lava se enfrío, dejando un extraño y desolado paisaje de caprichosas formas. Una isla silenciosa, un ambiente inhóspito y hostil. Llegaron entonces numerosas diásporas, llevadas por el aire y el agua, acarreadas por aves y otros animalitos. No todas sobrevivieron: las más fueron incapaces de enfrentar una u otra de las duras adversidades del sitio. Así, palabras más palabras menos, lo relatan Ariel Rojo y Jorge Rodríguez4.

La variabilidad topográfica y los cambios altitudinales determinaron la formación de múltiples comunidades biológicas sobre la corriente de lava. El Pedregal pronto se vio habitado por diversidad de especies como sitio de encuentro y hoy de refugio. Por su variado origen las asociaciones que aquí se establecieron son únicas en el mundo.

Catarina y Helen se encontraron pues ante el extraordinario reto de diseñar los jardines de estas casas icónicas. Entre los resquicios de la lava volcánica, había helechos, orquídeas, cactus, suculentas, cinias, estrellita (Milla biflora), flor del tigre (Tigridia pavonia), dalias, lantanas, retamas, trompetilla (Bouvardia ternifolia), y abundaban las serpientes de cascabel, los alacranes, las tarántulas y los cacomixtles. También era notable la presencia de pirules (Schinus molle) —conocidos como árbol de Perú— cuyo origen es Sudamérica. Hasta aquí habían volado sus semillas, así que formaba parte de la biota “original”, junto con el palo loco (Senecio praecox) y la oreja de burro (Echeveria gibbiflora), entre tantas otras especies que, si no se encontraban en nuestro terreno, mis hermanas y yo le traíamos a Catarina, cuando algo distinto detectábamos en nuestras excursiones por los terrenos aledaños.

Casa Cetto, Órganos y áloe (1975). Foto del Archivo Max Cetto, UAM-Azc.
Casa O’Gorman. La estancia… el jardín dentro de la cueva. Foto proporcionada por Adriana Sandoval.

Helen, si bien conocía muchísimo de plantas, se concentró para su jardín de Av. San Jerónimo en las cactáceas, los helechos, las orquídeas y las suculentas. Catarina, con su buena mano, amplió la biota, incorporando también otras especies, como sus hierbas de cocina, diversidad de lechugas, árboles frutales, enredaderas, rosales, trompeta, handerbergia, madreselva, bugambilia, plúmbago azul, y… plantas provenientes de sus viajes. Algunos árboles prosperaron primero, como el olivo, la cereza, el peral, los ciruelos, el tejocote, el níspero, el manzano y los colorines, que hoy sólo quedan en nuestro recuerdo. La tierra se mostró muy pródiga pero, hay que reconocerlo, hay árboles que mueren de vejez o que reclaman ante la ausencia de la creadora del jardín, quien nos dejó hace ya 25 años. Su árbol predilecto, la magnolia, está abonado con sus cenizas y luce al día de hoy verdaderamente espléndido, al igual que el jardín que nos legó.

                                                      

Notas

1)   Helen Fowler O’Gorman, escultora, pintora, y autora del libro Plantas y flores de México (UNAM, 1963), nació el 29 de agosto de 1904 en Superior, Wisconsin. Discípula de Alexander Archipenko (1931-1937). Formó parte del Consejo Consultivo del Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de Mexico. Exhibió su escultura en Los Ángeles, en Chicago y en el New York World’s Fair, de1939. En 1940, contrajo matrimonio con mi padrino Juan.
Exhibió sus pinturas en el Salón de Pintura (1943), y en el Museo Nacional de Artes Plásticas del Palacio de Bellas Artes (1953). Autora e ilustradora de Mexican Flowering Trees and Plants (1961), Plantas y Flores de México (UNAM, 1963), y diseñó la portada del libro de la autoría de Helia Bravo Las Cactáceas de México. Miembro de la Sociedad Botánica de México, de  la Sociedad Mexicana de Cactología, y de la Asociación Mexicana de Orquidelogía.

 2) Catarina Kramis, nacida en 1917 en Bürglen, Suiza, desde muy temprana edad mostró su amor a las plantas y su maestría para dibujarlas, como pude atestiguar por las ilustraciones de sus cuadernos de biología. En 1940 casó con mi papá. Su formación inicial en Berlín como diseñadora de alta costura —carrera que eligió porque por esos años no era fácil para una mujer licenciarse como piloto aviador— dio paso a que, al encontrarse con el reto de diseñar y desarrollar el jardín de la primera casa que se edificaba en los agrestes terrenos del Pedregal de San Ángel, diera rienda suelta a su creatividad y placer estético. Su trabajo en el jardín, siempre intenso, lo combinaba, una vez que las hijas dejaron de ser pequeñas, con su labor profesional de agente de viajes.

3) Pedro Camarena Berruecos, Autor de Xerojardinería, Guía para el diseño de los jardines de Ciudad Universitaria, 2010.

4) Ariel Rojo y Jorge Rodríguez, La flora del Pedregal de San Ángel,  México, INE, 2002, 75 pp. ISBN 968-817-555-2)