La expo de Jill Magid, ¿un montaje?

Ha habido una arquitectura del ruido que generó una enorme Ciudadela, dijo Cuauhtémoc Medina en torno a la exposición de la artista norteamericana Jill Magid «Una carta siempre llega a su destino”. Los Archivos Barragán.1 Finalmente, al entrar a la exposición —abundó—, podrán ver si en efecto existe el Minotauro.

Una obra que es inicialmente inocente genera todo un remolino, ha dicho Medina en el primer debate2 que se organizó en torno a la muestra de la cual él es curador. Que mucho de lo que se ha planteado es persecutorio, y que su principal objeto de referencia es la obra, misma que ha sido prejuiciada sin conocerse. La autora, por su parte, ha externado que, como artista, su tarea es la de hacerse y hacer preguntas. Al conocer la casa Barragán en 2012, le impresionó tanto que quiso saber más, consultó el archivo personal del Pritzker en México y quiso consultar su archivo profesional en Suiza, pero —dice ella— esto no le fue posible y que esta imposibilidad detonó su proyecto.

Ante los cuestionamientos sobre el anillo, explicó que “a menudo encuentro que las obras artísticas toman una vida por sí misma. Las obras tienen sus propios requisitos. Para hacer esta obra de arte cumplí con todos los requisitos. No se sabe qué ocurrirá después, aunque la obra sea malentendida”. Dentro del largo proceso del anillo, le presentaron a Hugo Barragán (recientemente fallecido), a quien gustó el proyecto. “Se reunieron dieciocho miembros de la familia y unánimemente votaron por seguir adelante con la realización del proyecto, del trabajo artístico. Lo que no pude asegurarles es que lograría que el Archivo regrese a México”. La decisión de que el anillo no está a la venta existe desde el principio. Nunca ha estado a la venta, dice Magid. ¿Qué hubiera ocurrido si Federica hubiera aceptado la propuesta? En una pregunta global sobre las obras de García Márquez o el legado de cualquier creador.

Ricardo Raphael, en su calidad de moderador del debate, cuestionó dónde estaba la UNAM cuando se puso originalmente a la venta el archivo Barragán. La respuesta de Cuauhtémoc Medina es que sí hubo ofrecimientos pero que el precio estaba muy por encima de lo que pudiera ofrecer la institución pública en ese momento. Lo que pagó su comprador neoyorquino, y no se diga lo que posteriormente pagó Vitra, son cifras impagables para la UNAM.

Enrique de Anda Alanís expresó una realidad inobjetable. Palabras más, palabras menos dijo que la política de archivos en México no existe. En cajas tiradas en el suelo, y saqueados estaban los archivos de Obregón Santacilia que la familia legó a la Nación. Después del reclamo a la Presidencia, compraron unos fólders en Lumen.

Es que —y esto lo digo yo— son poquitas las personas en este país que reflexionan sobre las dificultades que se enfrentan para conservar, clasificar, proteger de maltratos, de sustracciones y difundir un legado, sobre la relevancia de los archivos y de las edificaciones de un notable. En su mayoría, los archivos en este país sufren de un abandono terrible. Que hoy se invite a la reflexión sobre cómo operan distintas instancias con los legados, que se revise cómo operan los patrimonios culturales bajo fundaciones y corporativos, se revise la ley de archivos desde distintos enfoques historiográficos, legales y de conservación, me parece de lo más sano y oportuno.

Alejandro Hernández escribió al respecto: «La propuesta de Magid apunta —incluso más allá de lo que la autora señale— al problema de la circulación de imágenes y de obras, de su apropiación y de su propiedad, de su uso legítimo y, por lo mismo, de su condición como mercancía y como fetiche, de las narrativas que las rodean y de los diversos tipos de control que se ejercen para validarlas, del autor y su nombre y lo que se puede hacer —o impedir hacer— en su nombre. La propuesta es el título de una ficción que es también un cuestionamiento —incluso un cuestionario—; responder demasiado aprisa acaso suponga querer archivar las dudas y mantener intacta la economía de la imagen, de la obra y de su apropiación.»

De que estamos ante un montaje, pues sí. O más bien diría que forma parte de una serie de montajes que viene de tiempo atrás. No podría asegurar que el de 1976 en el MOMA fue el primer montaje pero sí que fue contundente. En la pequeña Philip L. Goodwin Gallery del MoMA —hablo de junio de 1976— un proyector controlado por pulsaciones y con un foco de 1200 watts, lanzaba imágenes impactantes, grandes, muy grandes y cercanas sobre un muro. Se trataba de fotografías de la obra de Barragán, o más específicamente, de la proyección de las imágenes de un libro terminado antes del inicio de la curaduría de la exhibición y paradójicamente publicado como su catálogo. Así, en resumidas cuentas, lo relata Leonardo Díaz Borioli, en su texto que lleva el atinadísimo título “Imágenes para la fama”, publicado en la revista Domus (México) en verano de 2012. O sea, si imaginan que hubo algo más que imágenes de obras, si piensan que se expusieron bocetos, perspectivas, planos con sus respectivas cédulas acompañando fotografías dispuestas en paredes, y maquetas al centro, no, la famosa «exposición sobre Barragán» no fue así. Un comunicado de prensa del propio Museo, fechado el 4 de junio de 1976, explica que se trataba de un color slide show. La curaduría de la muestra, así como el texto leído durante la proyección eran obra de Emilio Ambasz, entonces un muy joven curador argentino avecindado en Nueva York después de estudiar en la Universidad de Princeton. The Architecture of Luis Barragán, su vistoso y eventual bestseller, muestra hojas seguidas de fotografías en páginas enteras con textos descriptivos de la obra agrupados en una sola hoja. En el imaginario colectivo, la publicación generó una gran exhibición que sencillamente no existió.

Ya encarrerada, les platico que la molestia de Mathias Goeritz fue mayúscula al descubrir en el libro de Emilio Ambasz que las torres de Ciudad Satélite ya no eran creación suya. Ahora el crédito iba para Luis Barragán, y el escultor adquiría la calidad de colaborador (lo cual no coincide con el registro que de Las Torres hiciera Cetto en la página 175 de su libro Arquitectura Moderna en México). En cuanto a Clara Porset, quien diseñó los muebles y accesorios que aparecen en algunas fotos, no recibe crédito. Otros datos extraños que proporciona Ambasz se refieren a “El Pedregal”, al aseverar que, para 1950, ya había 50 residencias construidas. La realidad es que en febrero de 1949 se concluyó la planta baja de la Casa Cetto, la primera que se edificó en el fraccionamiento; vecinos no hubo por buen rato. Y algo novedoso para Cetto ocurre en esta publicación con las dos “casas muestra” de Av. de las Fuentes que, según Emilio Ambasz, datan de 1948 y donde, bueno, sí se le reconoce a Cetto su autoría pero aparecen ahora en colaboración con Luis Barragán. Cetto es el autor de ambas casas, que se construyeron por encargo de la compañía fraccionadora para propaganda y venta (1950). Ya desde 1948, papá laboraba en su propio despacho y, agregaría yo, por algo los planos respectivos se encuentran hoy en el Archivo Max Cetto de la UAM Azcapotzalco. Recordemos que la fructífera colaboración entre Barragán y Cetto se extendió durante muchos años, casi a partir de la llegada de papá a México, pero él no pudo reclamar su autoría de un sinnúmero de proyectos al no haber estampado en ellos su firma, en virtud de no contar en esos años con la nacionalidad mexicana. En cuanto a las “casas muestra”, correspondería el justo crédito a Barragán por, en todo caso, haber depositado su confianza en Cetto al encargarle dichos proyectos de Av. Las Fuentes. De no haber sido así, estas casas emblemáticas, tal y como las conocimos, no hubieran existido. (Todo esto ya lo dije antes y lo publiqué).

Es en todo caso en 1976 —con el color slide show y la publicación del libro—cuando a Barragán le llegaron el reconocimiento y la fama. Esta inusitada propaganda hizo que el propio Luis perdiera el piso y que, para sorpresa o desencanto de sus amigos y colaboradores, les escatimara crédito, pues bien podría haber aclarado en ese momento algunas imprecisiones contenidas en la célebre publicación.

Cuarenta años después del montaje en el MoMA, nos presenta Jill Magid su propuesta multimedia, integrada por objetos, instalaciones y performance3. Quizás peco de inocente pero yo estoy convencida de que, más allá de la estética del proyecto desarrollado por la artista neoyorquina, en mucho servirán los debates organizados en torno a su propuesta y la exposición misma, para que empiece a cambiar, en nuestro país, la triste situación de abandono en que se tienen los archivos y, en general, los legados arquitectónicos de los notables. De lo que no tengo idea es de si todo contribuya a que el Archivo Barragán sea un archivo abierto4.

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Notas:

  1. La exposición se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo (MUAC-UNAM), salas 4 y 5, 27.04.2017 / 08.10.2017.
  2. Diálogos abiertos: “Obra, fetiche y ley” 
    Audio Radio UNAM: https://t.co/yzCs8AoUEl Video 
    Video TV UNAM: https://t.co/0IvcreEBGR https://t.co/qJJRdEwclF
  3. http://muac.unam.mx/expo-detalle-129-jill-magid-una-carta-siempre-llega-a-su-destino%E2%80%9D.-los-archivos-barragan
  4. “La Barragán Foundation posee los derechos completos de la obra de Luis Barragán y de todas las fotografías de Armando Salas Portugal relativas a la obra de Luis Barragán. Cualquier publicación de tal obra, sin importar el propósito o tipo de reproducción, y cualquier uso comercial de la obra o nombre de Luis Barragán para publicidad o comercialización está sujeta a consentimiento previo por escrito de la Fundación Barragán.” (http://www.barragan-foundation.org/).