Pensar con los ojos

Este texto lo escribí hace muchos años para acompañar la portada de la entrega No.9 de la revista TROPO a la Uña*, dedicada a Orozco. Hoy, mientras leo y no puedo soltar Peregrina—la autobiografía de Alma Reed— lo traigo de regreso. No lo enmiendo porque soy de la idea de que los textos, una vez terminados, tienen vida propia. Son fiel expresión de cómo nos sentíamos en torno a lo que ocurría en ese preciso momento: refieren a aconteceres, a cómo los vivimos y también nos hablan de cómo éramos nosotros mismos.

Bettina Cetto

Tarde de lluvia. En mi cabeza se agolpan en desorden ideas sobre la obra de un grande de la plástica mexicana, mezcladas con las noticias del infortunio que vive parte de la Nación. Yo me propongo escribir sobre Orozco. Y otra vez la lluvia. Tarde de lluvia, de esas que disfruto tanto pero que, en este octubre, nos han llevado a los mexicanos a discernir con claridad lo que hay detrás del telón en nuestro país. En Veracruz, Puebla, Hidalgo, Tabasco, se descubren la miseria y el abandono crónicos de poblaciones enteras, de poblados que desaparecen sin que las autoridades supieran cuántos seres humanos moraban en ellas.

Si José Clemente Orozco viviera, imaginemos cómo expresaría estas impresiones. Pienso que su enojo ante las evidencias de abandono producirían una obra más intensa que las mismas lluvias. Tan fuerte como el dolor que sufren con impotencia quienes piden auxilio al Presidente, y les contesta, como a aquel pobre hombre desamparado: «¡Permítame! ¿Me van a dejar hablar? … Le exijo respeto, ¿eh? ¡Soy el Presidente de la República; si vuelve usted a hablar, me la paga, ya cállese!»(1). Es la furia del supremo poder. Es el hombre que se vuelve sobre el hombre mismo. Es tema de Orozco.

Sobre este grande que protesta contra la injusticia voy a escribir, en esta tarde de lluvia. Antes, sin embargo, quiero hacer algunas precisiones. La portada de la entrega No.9 de Tropo a la Uña no es producto de la casualidad o del capricho. Responde a una intención. Detrás de la elección de las portadas hay una concepción –nutrida por la pintora Rocío Alzaga– de alternar a artistas locales de calidad con grandes figuras de la plástica mexicana. Ello obedece a que nos es claro que, en esta apartada orilla, no hay gran oportunidad de cultivarse en este campo. Entonces, nos decimos, cuando menos hay que contribuir a cultivar la curiosidad.

La otra precisión es que ya está naciendo, para muchos, el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, e1 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio, como explica Eduardo Galeano, nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, y la cuenta de los años de la era cristiana es producto de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació.

Sea como fuere, nos propusimos celebrar el supuesto nacimiento del nuevo milenio escogiendo para nuestra portada al mejor artista plástico mexicano del siglo que concluye.
Y, ¿cómo tenemos la osadía de declarar que este sitio lo ocupa el maestro José Clemente Orozco?

Consultamos a una serie de conocedores de la plástica que coinciden en que es así: Orozco, por su fuerza, es el más grande. O cuando menos, opinan otros, es de los grandes, o es tan grande como Diego y Frida, dice Manrique; o tan grande como Diego y José Guadalupe Posada, diría O ́Gorman; o tanto como Diego y Tamayo –el incomparable colorista– opinan otros. Notamos que dejan fuera a Siqueiros, cuya pintura, consideran, no alcanza el valor plástico de la obra de los artistas mencionados.

Rivera fue el más culto, pictóricamente, de los muralistas. Trabajó muchos años fuera del país –en París y en Moscú– y, otra característica muy suya, le encantaba charlar con quien se le acercara, contrario a Orozco, quien no sabía sonreír –era hosco–y no le gustaba que lo molestaran cuando estaba trabajando. Tampoco era sensual. Estos rasgos de personalidades tan distintas se perciben en la obra de ambos. Sería inútil, como explica Paz, «buscar en la pintura de Orozco la naturaleza paradisíaca de Diego Rivera, gran pintor de árboles, lianas, flores, musgos, agua, hombres y mujeres de cuerpos cobrizos… El paisaje de Orozco es árido, desgarrado, arisco, cielos tempestuosos, inmensos llanos secos, peñascos taciturnos, árboles retorcidos, caseríos petrificados. Los cuerpos humanos –hombres caídos, mujeres enlutadas– son la parte sufriente del paisaje. También la parte feroz: son garras, son pezuñas que aplastan lo que pisan…»(2)

Villaurrutia llamó a Orozco «el pintor del horror». O ́Gorman –no lo dice ningún libro pero lo recuerdo bien– lo llamaba «Horrorozco». Pero Paz dice no, por su intensidad y su violencia, la pintura del maestro merece ser llamada terrible. El horror nos inmoviliza –continúa Paz– es una fascinación: lo terrible es amenazante y nos causa pavor, temor. Más exacto le parece (a Paz) decir que «Orozco es un pintor inmenso y limitado. Inmenso porque su pintura hunde sus raíces en los dos misterios que nadie ha develado: el del origen y el del fin. Limitado porque en su pintura echo de menos muchas cosas: el sol, el mar, el árbol y sus frutos, la sonrisa, la caricia, el abrazo».

José Clemente Orozco no fue un discípulo ni un seguidor, pero sin los grandes expresionistas –como Kokoschka, Munch, Beckman– probablemente no habría sido lo que fue y es: un pintor universal. Desde sus primeras obras se advierte la presencia de un expresionista –que no fue ni alemán, ni noruego y que no se había enterado de que era expresionista– y me refiero a José Guadalupe Posada. No tiene nada de extraño que así ocurriera porque, como descubrimos en la Autobiografía de José Clemente Orozco, la imprenta de José Vanegas Arroyo donde Posada trabajaba en sus famosos grabados, estaba en la misma calle y a pocos pasos de la escuela primaria a la que acudía Orozco. El nos relata que «Posada trabajaba a la vista del público, detrás de la vidriera que daba a la calle, y yo me detenía encantado por algunos minutos, camino de la escuela, a contemplar al grabador, cuatro veces al día, a la entrada y salida de clases… Este fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte en la pintura…»(3).

Más adelante, no es difícil percibir la influencia de otros dos artistas que están antes (y después) del expresionismo. Y aquí me refiero a El Greco y a Goya. Hay también influencias y relaciones entre Orozco y la pintura del Renacimiento(4). Y luego, hay influencias esotéricas(5). Durante una época –cuando hizo una gran amistad con Alma Reed, la enamorada de Carrillo Puerto– siguió los preceptos de la Simetría Dinámica(6), y así pintó al fresco los muros de un salón de la New School for Social Research de Nueva York, donde yo estudié. Los murales fueron la causa de que la New School perdiera a varios de sus más ricos patrocinadores que no gustaron de los temas de estas pinturas: en el centro, la mesa de la fraternidad universal. Gentes de todas las razas ¿presididas por un negro? En los muros laterales, alegorías de la revolución mundial: los rostros de Carrillo Puerto y Gandhi, y también Lenin, simply too much.

Es que Orozco «no es, no quiere ser, neutral ante la sustancia que es su tema. Su pintura es un tomar partido frente a los fenómenos del mundo y de la vida…», nos dice Paul Westheim en su maravilloso ensayo(7). Y continúa explicando que: «Lo que escribe en los muros –su ira y sus lamentaciones– evoca a los profetas bíblicos, que condenan, no para condenar, sino para salvar a los eternamente ciegos del abismo al que se precipitan».

La razón por la que escogimos el mural de la cúpula del Hospicio Cabañas que se llama El hombre de fuego para la portada de Tropo es porque podría considerarse, según los que saben, como síntesis de todo el crear del maestro. «El hombre en la lucha contra el destino, contra el ambiente que lo amenaza, contra la sociedad que a cada rato lo enreda en conflictos, el hombre en su esplendor y en su miseria. He aquí el verdadero tema de Orozco.» (8)


Notas:

1)  Ibarra, Rosario, «La ira del rey», Por Esto! De Quintana Roo, 13 de octubre de 1999

2)  Paz, Octavio, «Ocultación y descubrimiento de Orozco» en Los privilegios de la vista II,Arte de México, Obras completas, edición del autor, FCE, México, 1993, P.250

3)  Autobiografía de José Clemente Orozco, Ediciones ERA, 1970 (Ed. Occidente, 1945), pp.13-14.

4)  Sobre el tema, ver Fernández, Justino, Orozco, forma e ideas, México, 1942

5)  En el libro Orozco, una relectura, que publicó la UNAM en 1983 hay un ensayo sobre elesoterismo de Orozco de Fausto Ramírez.

6)  Al respecto, se puede consultar la Autobiografía de Orozco, y también Reed, Alma, JoséClemente Orozco, New York, Oxford University Press, 1956

7)  Westheim, Paul, El pensamiento artístico moderno, SepSetentas 295, México, 1976, P.181 ,

8)  Westheim, Paul, «José Clemente Orozco», op. cit.


*TROPO a la uña (que en su momento inicial era la revista de la Casa del Escritor de Cancún) nació en septiembre de 1998. El propósito primordial que le dio vida fue difundir la obra de los artistas locales, tanto poetas como prosistas, ensayistas, artistas plásticos, fotógrafos, etc., al tiempo de acercar a sus lectores con plumas ó figuras nacionales e internacionales. Nuestra ciudad tenía, en ese momento, 27 años de vida.
TROPO todavía existe, no sin haber pasado por grandes vicisitudes. En la actualidad, forma parte de CCL (Centro de Creación Literaria), quien se dio a la tarea de digitalizar también una buena parte de los primeros números de TROPO, lo cual es muy laudable, ya que las revistas literarias no sólo nos ayudan a comprender los movimientos literarios surgidos en determinado sitio y momento históricos, nos hablan también de la historia del lugar.